Por Salvador González Briceño*
*La disputa es por el Nuevo Orden Multilateral, donde el rol de China es fundamental.
Solo hay de dos en una guerra: se pierde o se gana. Lo primero, aún con el mayor gasto militar; lo segundo, solo con el respaldo de la población. El mejor ejemplo, del triunfo y la derrota de las partes es Vietnam.
Guerra a las puertas de Europa. Ucrania, apenas el ardid para encaminar a Rusia —el baluarte geopolítico de la nueva multipolaridad— hacia una conflagración apresuradamente desgastante, militar y económica.
A la par que la movilización militar la guerra económica ya tomó su curso, con las sanciones económicas más grandes de la historia contra un país. Es decir, el imperio estadounidense (EE.UU.) va con todo contra Rusia.
Y Vladimir Putin ya cayó en la coartada, geopolítica y militar. Lo impedirá solo si sale pronto de Ucrania, pero no se ve cómo sin garantías de seguridad europea; una demanda no planteada por Europa.
EE.UU. es el titiritero y está en su papel. El que mueve los hilos del escenario europeo —¿se percata de ello?— y Europa peligra tanto como la propia Rusia. Eso responde al interés anglosajón, pero Europa no lo ve.
Al contrario, entre más se impliquen los países comandados por Bruselas, mejor para los fines imperiales. Países acostumbrados al sometimiento, desde Alemania. Y porque EE.UU. así lo quiere; mantenerlos bajo el mismo yugo de la Guerra Fría.
Es decir, el viejo continente cierra los ojos, a pesar de las dos guerras mundiales en su seno del siglo XX, a la lógica militarista y perversa de Washington.
Es verdad que la OTAN hará lo necesario para que la guerra no cruce las fronteras —salvo Bielorrusia que sufrirá un destino paralelo a Rusia, también con sanciones económicas, Alexander Lukashenko versus Vladimir Putin—, cuidará que la guerra no pase a Polonia, Moldavia o Rumania. Eso tampoco está en los planes del imperio.
La raya es roja y atómica
Jugada geopolítica de estrategas y generales del Pentágono, quienes marcan las directrices a la OTAN y su secretario general Jens Stoltenberg, al “qué hacer” con la fortaleza militar, tecnología, bases militares, equipo y personal capacitado.
Porque la OTAN conoce los límites que no puede cruzar: la fortaleza del “enemigo” ruso, con su avance tecnológico militar y su potencial atómico. Putin lo dijo, y el mundo lo sabe: una conflagración nuclear nadie la gana.
En ese contexto, es claro que para Rusia la guerra será de desgaste, en el sentido tradicional parecida a la guerra en Siria: con fuerte presencia militar, armamento pesado —terrestre, misilístico, aéreo y drones—, pero no nuclear. Nadie quiere llegar a eso.
Per se el presidente Putin, ante las primeras “medidas hostiles” y/o “declaraciones agresivas” de la OTAN y las amenazantes sanciones financieras, decidió poner en “alerta máxima” el arsenal nuclear, un “régimen especial de servicio de combate”, como fuerza disuasiva.
Luego entonces, salvo que el ejército ruso termine pronto la guerra, con acciones relámpago —lo que significaría fuertes “daños colaterales” y eso elevaría la condena internacional—, terrestres y de rápida avanzada, la contraparte irá con todo. Es decir, que el ejército de Urania cuenta con el apoyo de EE.UU.
Rusia, en cambio, tiene problemas para un avance rápido. Se calcula, por ejemplo, que tomar la capital de Kiev le podrá llevar entre una semana y dos, con una operación quirúrgica a la vez complicada.
Pero tomar el resto del país le llevaría entre unas cinco y seis semanas. Salvo que las acciones de repudio como en Melitópol y Jerson se generalicen. Es decir, la resistencia civil en acción, junto a la parte militar.
Si a lo anterior se suman tres factores más, las cosas se complican para Rusia: 1) La entrada en acción de los paramilitares, las fuerzas especiales del ejército ucraniano —la “desnazificación” de Putin—; 2) El arribo de “voluntarios” de muchos países para combatir a los rusos —ejércitos de mercenarios, profesionales de la guerra contratados por empresas privadas—; 3) El envío de armamento de todos los calibres y los más diversos países para fortificar al ejército ucraniano.
El alto al fuego decretado para evacuar a los civiles por los “corredores humanitarios”, acordado en la segunda mesa de negociación entre las partes, es apenas un respiro para el posterior recrudecimiento de los enfrentamientos.
Hacia la guerra de desgaste
Es decir, que los escenarios de guerra no pintan nada bien. La guerra se prolongará en el tiempo, lo quiere EE.UU. para Rusia. Y las demandas de Putin no están a la vuelta de la esquina.
En todo esto, es claro que Ucrania no tiene nada a su favor; es decir, la guerra apunta hacia una destrucción mayor. La finalidad es que Rusia caiga en la lógica de una guerra altamente destructiva, con muchos enemigos en el entorno.
Y al aspecto militar se suman ya las sanciones económicas para, de ser posible, obligar a Putin a regresar a casa.
Salvo que, Putin no entró a la guerra para perder. Un asunto que EE.UU., en cambio, sí tiene muy estudiado y asimilado desde que perdió en Vietnam. Es decir, al ejército de EE.UU. no le interesa el podio con la medalla de oro en el pecho: se embolsa las ganancias de la guerra y las riquezas de los países invadidos, como el petróleo. Con eso.
De Rusia, con sacarlo de las directrices del Nuevo Orden Mundial Multilateral le bastaría a EE.UU. (Biden nada decide). Por eso es importante el rol que juegue China en esta guerra. Y si China deja solo a Rusia, ambos estarían perdiendo la guerra en Ucrania y el NOMM frente al imperio.
10 de marzo 2022.
Director