Por Salvador González Briceño*
*Escenario inédito, porque la situación de la economía de EE.UU. hoy es más grave que previo al crack de 1929.
La Ley contra la Inflación promulgada por Joe Biden que fue aprobada el 12 de agosto del presente año por el Congreso de Estados Unidos, y carga en el portafolio más de 400 mil millones de dólares para apoyar a empresas cuyo giro se centre en las “energías verdes” para la reducción de emisiones contaminantes y migren a territorio estadounidense, le ha ganado el rechazo de los líderes de la Unión Europea.
Competencia desleal del “amigo” que se comporta como “socio” quien, además de todo lo que les ha inducido a perder como miembros activos de la OTAN en la guerra contra Rusia en Ucrania —¿verdaderamente, como lo han sostenido a lo largo de los nueve meses de confrontación con Rusia, acaso los europeos no ven que son ellos quienes están envueltos directamente en el conflicto, y no Estados Unidos con sus ejércitos siendo que es SU guerra, la del imperio con el país eslavo?—, ahora rompe con todos, salvo con su aliado de siempre: Gran Bretaña.
No obstante, por muy molestos que se encuentren los dirigentes europeos, incluso que dicha ley haya provocado la visita del presidente francés Emmanuel Macron a la Casa Blanca, Biden no recula con la medida y una vez entrando en vigor el 1 de enero menos, por lo que comenzarán a verse los resultados. Nada favorables para la Unión Europea, o lo que quede de ella, eso seguro.
¿Dicha medida del presidente Biden como demócrata, es proteccionista como lo fueron las políticas de Donald Trump, como presidente republicano en su momento? Lo es. Claro que no se trata del plan de America first de Trump, como tampoco el make America great again, para “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”.
No es, claro está, el plan republicano porque el de Trump por muy disruptivo como finalmente resultó a los conservadores del país, como la elite del poder y los medios de comunicación —amén de sus discursos de tendencia racista, misógina, de derecha de la derecha, nacionalista—, entre otros, sí es otra cosa tanto en materia de política interior como, principalmente, en política exterior: alejada del Deep state y sus guerras permanentes en el mundo como jugoso negocio que es, el número uno en ganancias para el gran capital.
Ya sabemos que a los promotores de la guerra en Estados Unidos no les importa el desprestigio que se gana su país ejerciendo la violencia en terceros países, ahí en donde para justificarla ponen por delante la lucha por la “democracia”, la “libertad” o los “derechos humanos” y se erigen garante de tales “valores” —que como auténticos ni los respetan en su propio país, menos afuera—, incluso arguyendo fake news, declarar guerras, o soterradamente financiar golpes blandos y, finalmente, acusar de terroristas a otros para añadir el riesgo a su “seguridad nacional”, siendo que no hay terrorismo sin Estado.
No es el “proteccionismo” de Trump, porque el de Trump se acompañó de medidas radicales como aranceles al comercio exterior, principalmente para contener a China y de ese modo alentar inversiones para el rescate de sus empresas nacionales, como su política de contención contra México en materia migratoria; medidas como esas no son las de Biden, así sea solo una Ley de Inflación, pero igual indica que su gobierno también comienza a ocuparse de “proteger” su economía del exterior.
Claro que en el fondo no tendría porqué protegerse la economía de sus “socios” europeos, porque ellos no son la causa del hundimiento de la economía real estadounidense, como sí lo es un capitalismo disfuncional al extremo cuyo gobierno no sabe cómo contrarrestar, porque no obedece a ocurrencia de políticas como a una dinámica macroeconómica dominada desde el poder financiero, y no por sus procesos económicos internos, como lo sería una economía real fuerte, que no lo es desde la crisis de 2008-09 a la fecha.
Por eso decimos que (es nuestra tesis), una vez perdida la guerra contra Rusia en Ucrania —no falta tanto para comenzar negociaciones y ponerle fin al conflicto—, el escenario geopolítico de donde creyó el Deep state lograr el derrocamiento de Rusia —como en 1991 consiguió el de la Unión Soviética— y las ventajas que esperaba alcanzar con ello como la recuperación de su economía, luego entonces no quiere perderlo todo así sea yendo en contra de sus propios socios y presuntos amigos europeos.
Tampoco se trata, hablando de Biden, del plan proteccionista a la Trump, ampliado, que aplicara como presidente durante su cuatrienio de 2017 a 2021, pero sí una ley antiinflacionaria que bajo el ardid de una economía verde que por lo demás nunca le ha importado.
Porque tanto, en Europa los líderes que están molestos porque la región carga con el mayor costo y es la principal perdedora por la guerra —apenas se dan cuenta de ello, tras nueve meses—, como en los medios de comunicación de Estados Unidos se menciona la medida como proteccionista, y no falta tanto para que los republicanos tomen la bandera con lo que Trump tendrá allanado el camino. No hay más.
Así estaría de regreso el partido Republicano con un Trump más envalentonado porque diría, entonces sí, que el tiempo le dio la razón para sus políticas proteccionistas, como su negativa a la guerra contra Rusia —eso “no habría sucedido si permaneciera en el gobierno”— y porque con Biden en el poder no solo Estados Unidos perdió la guerra sino también se desprestigió a nivel internacional, porque los países emergentes ahora tienen la fuerza para imponer un orden mundial no comandado por Estados Unidos quien pretendía ser el guía para el Nuevo Siglo Americano, el XXI, ni más ni menos.
Pero nada de eso. Es más. Quizá dentro de poco, lo que puede ocurrir en este año 2023, le toque al propio presidente Joe Biden, así como le correspondió cosechar todos los errores de 20 años de guerra de su país en Afganistán, y cargar bajo el brazo el estigma de la derrota con una huida de pena ajena de su ejército, también juntar los escombros de una economía a la que no le falta mucho para sufrir la peor caída de la historia y de las crisis, una depresión económica de magnitud incomparable a la Gran Depresión de 1929.
Con quiebra de empresas, caída de la producción interna y del consumo —de por sí deprimidos desde la crisis de 2008, insuperada todavía, pues solo se prolonga la agonía desde la Reserva Federal con la emisión de billetes (dinero fíat, sin respaldo en oro) inflando la economía a costa de elevar la deuda interna y externa, para rescatar empresas—, pérdida de empleos y de los salarios aún de quienes consigan mantener el trabajo y sus ingresos, todo por causa de los especuladores de futuros de Wall Street.
Pero sea del grado que sea el hundimiento o caída de la economía estadounidense, arrastrará al resto de países, principalmente aquellos cuyas economías están enganchadas a la del imperio. En orden de importancia la Unión Europea, como región económica, que será arrastrada sin piedad.
Pero igual los países como principales socios, Canadá y México, están primero, luego Centroamérica y el Sur igual. Otros como Australia y Japón. Pero el impacto será mundial, poque aún en estado de caída global, pero igual afectará el mercado monetario por las reservas en dólares, por el intercambio comercial y el hundimiento de las bolsas y el sistema bancario en general, tras un derrumbe generalizado de empresas.
Un caos, gracias al modelo capitalista que se congració con el mundo en su última etapa neoliberal, generando una elevadísima concentración de la riqueza en pocas manos y dejando en la mayor miseria a las clases trabajadoras, tanto de la producción como los servicios, así como a las clases medias. Una agudización de las contradicciones al extremo. Estados Unidos, por ejemplo, tiene calles completas en muchas ciudades de personas que lo han perdido todo, así como las víctimas del consumo de drogas.
Es claro que, como todo proceso de hundimiento, crisis o depresión de las economías capitalistas —como sea que se presente y califique dado el caso—, no dura unos meses sino algunos años. Dependiendo de la profundidad, como de las medidas de política económica adoptadas para el rescate. Pero la Gran Depresión de 1929 duró al menos 10 años, solo en 1933 ocurrieron los efectos más negativos.
Tiempo del que la economía no pudo salir rápidamente. Solo el programa de rescate a la población más pobres funcionó, el New Deal de Franklin D. Roosevelt de 1933 a 1938, pero la economía logró despegar hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial. Entonces sí la industria armamentista jaló al resto de la economía.
Escenario inédito, porque la situación de la economía de EE.UU. hoy es más grave que previo al crack de 1929. O sea, que viene lo peor. Y con ello, lo más probable, el fin del imperio también. Países fuera de la orbita de EE.UU. podrán tomar las riendas, porque el caos no arrastrará por ejemplo con China y quizá Rusia, lejos de la “orbita imperial” (¡oh, Ceceña, que advertiste el peligro de abandonar la paridad!). Pero la ganancia es primero. Por eso Estados Unidos no tiene amigos, solo intereses. Pero los intereses no salvan, solo los amigos. Llegó el tiempo de cultivarlos, porque el orden multilateral ya prendió.
*geopolítica.com, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo., @sal_briceo.
07 de diciembre 2022.