*Como Rusia en el mundo, ha sido México en Latinoamérica quien le ha puesto el cascabel al gato, por problemas creados por el propio imperio y hoy son frutos que cosecha.

Por Salvador González Briceño*

Parte de la recomposición geopolítica global, pero así como va —con motivo circunstancial, pero sin dejar de lado los agravios o precisamente por ellos— la relación entre México y Estados Unidos, en particular, pronto podría avanzar hacia una franja de mayor respeto por parte del vecino del norte. Y no se duda que pueda tener repercusiones en las relaciones entre norte-sur teniendo en consideración a América Latina.

Suena ambicioso, pero no lo es tanto en cuanto las condiciones para dichos cambios de fondo están dadas, justamente ahora que el mundo se encuentra recorriendo un momento histórico de “recomposición” del poder mundial, donde uno pierde la hegemonía en tanto el poder se dispersa, y otros más se ganan parte del mismo para erigir o construir un mundo de varios polos, poderes o multipolar.

Y al parecer a México le corresponde ajustar cuentas con el país hegemón del mundo desde la caída de la Unión Soviética, precisamente en el considerado por el propio imperio como “patio trasero”, que incluye México, Centroamérica y el Caribe, pero también Sudamérica; es decir, Latinoamérica entera.

Suena ambicioso, pero es tan posible como que el líder y presidente de México, Andrés Manuel López Obrador bien está, en primer lugar, mostrando cómo enfrentar los asuntos cara a cara sin llegar a la confrontación con Estados Unidos, así como poniendo el ejemplo para el resto de países de la región rumbo a lo que se requiere ahora, la recomposición de las relaciones entre el país más desarrollado y el resto del continente.

Precisamente ello será, o implicará una recomposición geopolítica de las relaciones entre Estados Unidos, México y el resto de América Latina, en donde se pueda comenzar a plantear y desarrollar por esa línea el resto de problemas, a partir de relanzar una nueva estrategia contra el mayor de todos: el negocio de las drogas, que pasa por tanta violencia, víctimas y amenazas a la seguridad y soberanía de países, como en este caso de México.

Amenazas, previstas todas

Es decir, que puestas las condiciones globales como están ahora (no “internacionales” porque el manoseo imperial ha desvirtuado el concepto al hablar de “coalición internacional”, o incluso “orden internacional” y todavía “basado en reglas”, que no son otras que las propias hegemónicas por no existir en el papel ni reconocidas por nadie —tema para otra ocasión—), en donde la tendencia es hacia la creación de un orden de muchos polos y el poder se diluya o comparta entre varios —por lo pronto tres: EE.UU.-Rusia-China—, pero no como la voluntad de un solo país.

Por tanto, y pese a las amenazas previstas contra todos —donde no reconoce quién se la hace (incapaz, Washington, de enfrentar directamente a Rusia y a China, porque se sabe perdido) pero sí busca quién se la pague—, como toda “fiera herida” que se resiste a perder su vieja salea, corona y caparazón protector ni el trono como principal potencia del mundo, Estados Unidos al mismo tiempo comienza a reconocer que ya no está en condiciones de imponerse como antes —del comienzo de la presente guerra—, ni seguir ejerciendo su poderío atropellando la voluntad, derechos ni planes de terceros países con los suyos propios.

México es, ahora —así en concretito, a la vez que en un marco del que puede salir beneficiada toda una región (para desarrollar como tema parte)— un gran ejemplo de ello. Y las lecciones a la Casa Blanca se las está propinando un presidente que, como Benito Juárez en el pasado histórico —ni un Santa Anna, mucho menos traidores entreguistas como los “distinguidos” (sic) gobiernos neoliberales, de Carlos Salinas a Peña Nieto—, tiene tanto la representación del pueblo mexicano como toda la calidad moral porque ha sido consecuente con el precepto que “la mejor política exterior es un reflejo de la interior”, con todo y suena decimonónico el planteamiento pero Obrador le ha dado vigencia.

El contexto en referencia obligado es, precisamente por tratarse de uno de los métodos más cruentos —tremendo ardid intervencionista, pero a la vez criminal que genera desestabilización y rompimiento del tejido social, como de un país en guerra o la guerra por otros medios también eficientes para sus intereses imperiales— y violentos como es la política injerencista de “guerra contra las drogas” inaugurada desde Nixon en los años 70 pero herramienta tremendamente eficaz para intervenir y controlar países enteros, como en gran manera se logró en México lo menos los dos últimos gobiernos de Felipe Calderón y Peña Nieto, porque Obrador llegó con “otros datos” en mente.

Es decir, que para el “rescate de la nación”, precepto geopolítico de gran actualidad, uno de los grandes retos es precisamente el enfrentarse al poderío diplomático de Estados Unidos. El vecino incómodo de México al norte. El país que le arrebató más de la mitad del territorio y contra quien tiene muchas cuentas oscuras qué echarle en cara.

“Muerto el perro se acabó la rabia”; no, ¿y el dueño?

Justamente por ello es que México bien puede replantear, a raíz de todas estas últimas estratagemas ofensivas, propagandísticas pero a su vez peligrosas todas, como para ponerle un hasta aquí a legisladores, gobernadores, jueces y hasta sujetos en proceso de precampaña y buscando hueso, que tomando de piñata a México, promueven y amenazan con tremenda hazaña de enviar militares, invadir territorialmente al vecino del sur por el tema de los cárteles de las drogas y —qué va, si se puede, presumen—, justificando con declaraciones ¡¡desde el Congreso o por el mismo presidente en turno!!, declarar que los cárteles son “terroristas”.

Y asunto arreglado. “Enviamos soldados a combatir a los cárteles y se termina el problema” —que ahora más les preocupa, ¿por qué antes no?, decimos en México, pues es tiempo que hubiesen hecho algo contra el tráfico de drogas que tanto les ocupa, pero internamente, ¿qué contra el tráfico de armas a los cárteles?, ¿por qué no pedirle cuentas a la DEA, que se presume es tarea suya atender el billonario “negocito”?, ¿por qué no atender a su elevado número de consumidores dependientes de las drogas, cuando hay un altísimo grado de enfermos en las calles de importantes ciudades?), como tema de campaña, del fentanilo— invadiendo a México y tan sencillo como eso. ¿Ah, sí?

Pues nada de eso. Para ello el presidente mexicano ha mostrado su indignación, rechazando las ofensas republicanas exigiendo respeto de quienes han agraviado al país, a los mexicanos y al propio presidente. Por un problema creado por ellos, como argucia intervencionista que es la política de las drogas, que al mismo tiempo encontró eco en gobiernos de derecha traidores de su patria.

El pésimo ejemplo es el ilegítimo Calderón (el otro, también de la región Latinoamericana, el de Andrés Pastrana de Colombia quien firmó con William Clinton en 1999) que fue en busca de “legitimidad para su presidencia” una vez que un corrupto “poder judicial electoral” y otro tanto “instituto electoral”, entre ambos coludidos para otorgarle una carta como “ganador” de tremenda elección fraudulenta (un tema de hoy, como es la defensa de un IFE-INE cuyos creadores Salinas-Woldenberg hicieron precisamente para regular los fraudes electorales con tintes de “legalidad”), adoptó la “guerra contra el narcotráfico” en México, el mismo año que ganó —“haiga sido como haiga sido”— en diciembre de 2006.

Pues bien. En el caso Latinoamericano ha sido el presidente Andrés Manuel López Obrador quien le ha puesto “el cascabel al gato”, como en el mundo se lo ha aplicado Rusia, con una guerra armada o preparada, como acá el tema de las drogas. Al fin imperio (de donde ya sacó su propio hundimiento), al fin traidor de los pueblos. Como que, por lo mismo, los medios para la recomposición ya están aquí, en nuestra propia casa, como en todo el mundo.

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*geopolítica.com, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo., @sal_briceo.

13 de marzo 2023.